Tuesday, May 09, 2006

EL MONSTRUO DEL DOLOR (Anecdota)

EL MONSTRUO DEL DOLOR

Había acabado el recreo, el reloj marcaba las 4:00pm; todos retornaban a sus aulas de mala gana, era la semana de exámenes. El auxiliar como todos los días tomaba el puntero y empezaba a apalear a cuanto uniformado se le cruzara en el camino. La campana era ignorada casi por todo el mundo.

En el salón éramos 45 alumnos, quedaba en el segundo patio donde se encontraba el pasamanos, las barras, las canchas de basketball siempre listas para la diversión; en el segundo piso; las cuatro paredes que a diario nos rodeaban estaban pintadas de un verde claro, la oscura pizarra rectangular que le daba una fría imagen al salón y la falta de carpetas para los compañeros tardones era el problema de cada día.

La amistad siempre estaba dividida en dos grupos como en la política: la mayoría y la oposición. Yo siempre paraba con los marginales, con los malos de la película, con los pendencieros, con los de la última fila, con los que practicaban el ocio. Eran los primeros meses de 1990, el ruido de las bombas eran continuas, los apagones forzados y los toques de queda. Cada día era una locura, las grandes colas para comprar pan, la medicina.

Al ingresar por la puerta principal se anunciaba el cronograma de exámenes: Viernes 20, 2do año “I”, 5ta hora, Educación Artística. Recuerdo que leímos el rol de exámenes con Sparkis, León, Pasha y otros patas más, un día antes del examen. Nadie se interesó por lo que decía en los apuntes del curso, pero yo fui precavido y llevé todos los materiales: hoja santa rosa, lápiz, temperas, pinceles, vaso descartable y un trapo. El tiempo avanzaba y una voz estruendosa anunciaba la presencia del mastodonte, que más parecía una pintura extraída de un cuadro indigenista, esa cara tostada por el sol y unos bigotes ridículos que apenas se podía contar; a su paso todos temblaban porque si le mirabas mal de un derechazo te hacia ver estrellas o en el peor de los casos te sacaba todas las patillas de un jalón. El castigo con la tabla de chapas era lo más cruel, porque al siguiente día no podías ni mantenerte de pie ¿y los fuetazos?...; en fin todo lo que tuvimos que pasar en el 1er año. No alejándome de la historia, el profesor ingresó al aula, el brigadier que era una vaca andante, hacia nacer su magullada voz femenina: “de pie” y todos se levantaban como si alguien les hubiera pellizcado el trasero. De pronto el profesor nos dijo: saquen todos sus materiales, Pool nos miraba nervioso y empezó a sudar en exceso, sus ojos se contrariaban, él, que siempre había tenido las amigas más bonitas, no tenía ni la mínima idea de lo que le iba a ocurrir; algunas carpetas estaban vacías, era lógico, Vicuña siendo el más aplicado se había evadido junto a El loco, Mucha y no recuerdo quienes más… Manuel Toroco era el nombre del profesor de Arte. Ni una mosca en el aire, todos respirábamos con dificultad y en silencio. – Antes que empiecen, alinéense, a un metro de distancia, carguen sus carpetas. Y Pool que se había olvidado del curso, del examen y de lo solicitado por el monstruo del dolor, ya estaba tiernamente acorralado, respiraba por la boca, se desesperaba, hacia muecas, fruncía el ceño, no tenía escapatoria. Entonces el prof. Manuel se le acercó con una sonrisa sarcástica y le preguntó, ¿Dónde están tus materiales? – No he traído profesor. – Como que no has traído, te estas burlando de mi persona o qué. Y como no te olvidas de cagar ¡Carajo! Al frente…

Atentos a la lista: Araníbar Torres, presente…y que pasó con los demás. Así es que son unos vivos y se han ido de parranda; escriban bien legible sus nombres y apellidos en sus hojas.

Nadie murmuraba ni un solo monosílabo, los rayos del sol ya no espiaban por las ventanas, el tétrico ambiente se mezclaba con el estado de ánimo de cada estudiante.

Así es que sufres de amnesia, abajo los pantalones, el calzoncillo también. Las miradas se entrecruzaban, y Pool con la cabeza gacha y la vergüenza roja acumulada en el rostro, tuvo que hacer todo al pie de la letra. El profesor había mandado que le regalemos hoja santa rosa, tempera y un pincel. Estaba ahí con los pantalones entre los zapatos, trazando unas líneas con el pincel. Estuvo haciendo un bosquejo de un animal medio extraño, no tenía cabeza y se le veía vestido con terno y corbata; la cola era larga y pude ver que le había puesto de título “El hombre que debe morir”. Sonó la campana y todo había concluido. Después en la salida tenía la curiosidad de preguntarle qué pensaba del profesor, era obvia la respuesta, me dijo “todo esta en mi dibujo”. Ya estaba oscureciendo y las sombras se arrastraban por las calles, y se me había olvidado que del Santi al María Inmaculada era unos 20 minutos, qué piña, tenía que recoger a Mary, la vecina del costado, la que ahora es mi esposa.

JEAN PIERRE MATEO

CARLOS JULCAMANYÁN MENDOZA

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